No sé bien si decir "irónicamente" al comienzo de este mensaje, por lo que lo obviaré. Comienza. Nunca me sentí tan vivo como cuando morí, cuando estaba vivo, es decir, mientras moría, me sentía normalmente apesadumbrado (claro, desde el momento en que pude decir sin pausas palabras de más de tres sílabas, teniendo más sonidos no vocales y pude pronunciar "apesadumbrado") por la forma en que era todo, tan poco libre (aquí es donde dudas si la libertad se puede cuantificar), tan vacío en los sentidos que, según nos dicen, son los más importantes, con un bombardeo importante de información al respecto en escritos, conversaciones coloquiales y canciones varias, sin contar otras muchas formas de conocer un poco más acerca del tema. El amor, la alegría de vivir, la libertad, seguir estos sentimientos, como una posibilidad eterna de probable concreción, y otros de un calibre parecido son el mensaje eterno entregado por los medios de comunicación, pero siempre viví en la duda de si acaso realmente se potenciaba esta búsqueda desde algún punto, además de la mera información que te hace pensar que tienes que buscarlo, mientras los otros aspectos varios de esta vida te van coartando las posibilidades de buscarlos, hasta cerrar la mente en una pecera que perfectamente podría representar el océano completo para un pez que no lo conoce, siendo, aun, demasiado pequeña para que tuviese espacio la libertad inconmensurable de este personaje incompleto que siempre me sentí, distante, distinto y diferente, una libertad inexpresable, pues la expresión busca ser entendida, y su entendimiento implica un código, el cual hará perder la libertad a la libertad, delimitándola a las posibilidades de un conjunto de palabras ordenadas, de letras legibles e inteligibles, perdiendo sentido la imaginación y cerrándose en sí mismo, como un ser que se alimenta de su carnes (o de lo que componga su entidad, ya sea etérea o vida concreta).